Las arenas del alma - Cap. 1 (parte 2)

Por Dante Gebel
Segunda  parte

Invitado a una reunión de la UNTA

El viejo patriarca también tuvo su momento en el que alguien logró verlo por primera vez.

Abraham no había tenido lo que llamaríamos un buen día. Se trataba de una de esas jornadas de insoportable calor, el aire acondicionado no funcionaba y ya no había bebidas frías en la nevera. El sudor se deslizaba por la frente, produciendo surcos de agua tibia y salada que desembocaban en el cuello humedecido del dueño de la casa. Como si todo esto no fuese suficiente, las moscas terminaban por completar el molesto y caluroso cuadro.

Las arenas del almaHace mucho tiempo, unos veinticinco años para ser exactos, que nadie se había detenido a observar a este hombre. O por lo menos, quien debería haberlo hecho. El mediodía golpea monótono en la aburrida mañana del domingo. De pronto, tres figuras se recortan en el horizonte. Aparente-mente, tres hombres llegan para romper la gris monotonía de un día pesado y denso. Abraham sabe que algo va a suceder, aunque no sabe exactamente qué. Es que nadie visitaría su tienda en un día así.

Cuando uno ha esperado tanto tiempo una noticia, cuando llega, simplemente la ignora, porque no cree que pueda estar sucediendo. Es increíble notar cómo paulatinamente las promesas diferidas logran quitar la adrenalina que se produce ante lo nuevo. Indudablemente son forasteros. Y aunque vienen caminando por el febril desierto, de algún modo, lucen imponentes. El patriarca ahora tiene una razón para ponerse en pie. Tres desconocidos no pasan todos los días por la puerta de su tienda. El hombre del medio es el más llamativo, digamos que es más alto que los otros dos, y sus facciones parecen marcadas a fuego. Rasgos extraños, pero que logran transmitir cierta seguridad. Los otros dos acompañantes solo sonríen amablemente mientras se acercan a la tienda.

— ¡No es necesario que sigan caminando! — dice el anfitrión levantando la mano— No puede ser casualidad que hayan pasado por mi casa. Hay otros cientos de atajos para ir a dondequiera que vayan, y si pasaron por aquí, merecen ser bien atendidos.

No, querido patriarca, nunca es casualidad cuando pasan por tu puerta.

Abraham se inclina y extiende sus manos en la tierra. Quizás hoy pueda ser un día distinto, tal vez, el día no termine como comenzó. Es increíble lo que logra una visita inesperada y fuera de pro-grama en un domingo aburrido. Decenas de siervos corren de un sitio a otro para atender a los ocasionales visitantes. Alguien trae unos confortables y mullidos sillones, y les ruegan que tomen asiento. Después de todo, el desierto no es un buen lugar para caminar, vengan de donde vengan, esta gente necesita sentarse un rato. Otros dos criados les quitan las sandalias y les lavan los pies.

— Nada mejor que el agua fresca escurriéndose éntrelos dedos cansados y polvorientos.

¿Te han llegado visitas inesperadas alguna vez? Detente a observar el cuadro tragicómico de la situación.

 —Tenías que haberme avisado que esperabas gente — diceSara.

—No esperaba gente, simplemente aparecieron — explica su esposo mientras guarda el periódico deshojado de la mañana yace lugar en la mesa familiar. Qué quieres decir con que «aparecieron»?

—Las visitas no aparecen. No tenía nada preparado para el almuerzo, solo iba a improvisar unos sándwiches para nosotros. 

—Princesa, prepararemos algo, lo que sea.

—Tampoco tengo vajilla decente. Mira. No podemos servirles algo de beber en vasos de diferente color y tamaño.

—Estoy seguro de que no lo notarán. Solo pasaban por aquí. Comerán algo rápido y se irán por donde vinieron.

—No podemos ofrecerles solamente «algo rápido». Si invitas alguien a almorzar, no puedes ofrecerle «comida chatarra».Abraham sabe que su esposa tiene razón. Pero tampoco se puede desperdiciar la visita de los forasteros. Hace mucho tiempo que nada sucede por allí, y hoy puede ser la excepción ala regla.
—Le diré a los criados que asen un becerro, mientras tanto, puedes preparar algunos panecillos para «engañar» al estómago hasta que esté listo el asado.

El patriarca está expectante al igual que los visitantes. Ahora quiero que observes la historia del otro lado. Hace unos días, hubo reunión de junta Directiva en los Cielos. Una de esas reuniones a puertas cerradas donde solo se tratan temas de vital importancia para la humanidad. Luego de ex-tensos minutos de un diálogo tenso, Dios ha decidido que a causa del pecado extremo de Sodoma y Gomorra, ambas ciudades merecen ser destruidas. Se ha proclamado alerta roja en las esferas del cosmos. Pero el Creador menciona una frase que aún replica en la cumbre celestial.

—No puedo hacerlo sin decírselo antes a Abraham.

¿Te parece extraño? A mí también.
¿Te suena ilógico? Estaba seguro que responderías eso.

Dios puede hacer lo que le plazca sin consultarle a nadie. Y mucho menos a un sencillo mortal. Pero Dios insiste en que no puede hacerlo, o por lo menos no quiere, encubriéndole el plan a Abraham. El Omnipotente toma como una deslealtad hacer lo que dispuso sin por lo menos comunicarle antes la decisión a su amigo.

Oíste eso?

A su amigo.

No continúes leyendo sin hacer una pausa. Tómate unos minutos para digerir lo que acabo de decirte.
No se trata de Dios consultándole a su Unigénito Hijo, no en esta ocasión.
Tampoco considera platicar el tema con los ángeles.
O pedirle una opinión alternativa a un asesor de logística celestial. Dios quiere consultar el tema con un mortal. Lo Divino estrechando opiniones con un diminuto hombre. El Creador tratando un tema coyuntural con su propia creación. La naturaleza de Dios hace que no pueda pasar por alto la maldad de dos ciudades que han cometido inmoralidad e injusticia. El puede sencillamente bajar su 'pulgar y pulverizarlos, y nadie, absolutamente nadie, se atrevería a reprocharle nada. Pero Él insiste en dialogar sobre el tema con el patriarca, en intercambiar opiniones. Cuanto más me detengo a observar esta situación, más reconfirma que quienes suelen orar anteponiendo a cada ruego la frase «pero que sea tu voluntad», en ocasiones no hacen otra cosa que disfrazar de reverencia su pereza. Entiendo que la voluntad de Dios precede a cualquier decisión que podamos tomar y comprendo que el futuro humano no es algo que se escapa de las manos de Dios. Pero se nos olvida el detalle de que cuando accedemos al lugar de amigos del Todopoderoso, Él quiere que sencillamente nos involucremos en los grandes asuntos del Reino. Si Dios te consulta con respecto a tu ciudad, es porque quiere que formes parte de la decisión. Supón que trabajas como operario de una gran empresa automotriz. Lo único que se te ha pedido hasta ahora es que llegues a tiempo, marques tu tarjeta de puntualidad y ensambles las partes de la carrocería de los automóviles. No estás al tanto de los costos operativos de la empresa, ni del gasto que ocasionan los empleados, ni de las cargas sociales, ni del mercadeo o la cotización de la fábrica en la bolsa de valores. Tu única obligación es ensamblar las partes del automotor como te ex-plica-ron que debías hacerlo. Eres, con el mayor respeto que mereces, lisa y llanamente un empleado. Pero un lunes por la mañana sucede algo diferente. Cuando llegas al vestidor para alistarte e ir a tu puesto de trabajo, un capataz te dice que el Gerente General y los dueños de la empresa quieren verte.

—Esto no puede estar ocurriendo —piensas.

Incluso si quisieran despedirte, lo haría tu supervisor, sin demasiadas explicaciones. Esto debe tratarse de algo mayor. Llegas al último piso del edificio y la secretaria ejecutiva dice que te están esperando.

Te anuncia y te sientas en la mesa directiva de la corporación.

El dueño, los socios principales y los gerentes quieren saber tu opinión con respecto a la injerencia de la empresa en nuevos mercados. Han llegado a la decisión de comercializar nuevas franquicias en Asia y dejar de producir automóviles en el mercado occidental, para dar paso así a una nueva rama de producción de un nuevo producto que revolucionará los grandes negocios.

No esperan que te excuses diciendo que solo eres un empleado, ya lo saben. Tampoco quieren una gran exposición empresarial, no sabrías como expresarla, y ellos están conscientes de eso.

No quieren una estadística acerca de la fluctuación del macro mercado de automotores, porque ellos, como tú, saben que no tienes la menor idea de lo que te estoy hablando.

Sencillamente, y por alguna alocada y extraña razón, necesitan tu opinión de amigo. De alguien que ha trabajado como operario de esta empresa por muchos años. La simple opinión de quien ha respirado los aromas de la factoría de automóviles cada mes, de lunes a sábado, con quince días de vacaciones al año.

No continuarán con el resto del temario de la mesa directiva sin consultar este asunto contigo. No redactarán el acta final hasta que digas lo tuyo. El gran empresario quiere saber qué opina el operario. El jefe quiere intercambiar opiniones con su empleado. No quiere una tesis inteligente, solo tú sencilla y llana opinión. No sé qué estás pensando, pero estamos de acuerdo en que nadie te lo creerá en casa. Ahora vamos a sincerarnos un poco más. Prometo que esto quedará entre nosotros y no saldrá de aquí.

Trabajas hace diez años en esta firma y desde hace ocho que no te aumentan el salario. Estuve allí la primera vez que te llenaste de coraje y fuiste a ver al gerente financiero para solicitarle un aumento. No pediste demasiado, solo lo que creías correcto y justo. ¿Y qué te dijeron?

—Tiene que esperar, en este momento la empresa no está en condiciones de hacer un gasto extra. Le creíste y comenzaste a esperar.

Por lo menos fue sincero conmigo —le dijiste a tu esposa.

Sin embargo, los meses fueron pasando y no hubo novedades. Ni siquiera te llamaron para darte una explicación. Es más, algunos de los otros empleados parece que tuvieron más suerte que tú. Pero tu salario quedó congelado. También fui testigo de aquella vez que regresaste ante el ge-rente y le planteaste que tu salario no alcanzaba para pagar la cuota del colegio de los niños, los letales impuestos y lo básico para subsistir.

¿Recuerdas lo que volvió a decirte?

—Que tenía que seguir esperando —me dices.

Ni siquiera se conmovió cuando le mencionaste que tuviste que cancelar todas las tarjetas de crédito y que ya no podías mantener el pequeño automóvil.

—Pero las cosas no están como para renunciar y quedarse sin empleo —razonaste.

Vienes soportando ocho años de promesas diferidas. De cheques post datados. Das lo mejor de ti, sin embargo, por alguna razón, ignoran tus necesidades básicas. Te entiendo: no estás pidiendo que te regalen un automóvil o formar parte de una sociedad, solo quieres un aumento digno que te permita llevar a los niños el fin de semana al cine sin tener que contar las monedas que te quedan. Y ahora, de repente, te llaman a una reunión de la junta porque quieren saber tu opinión con respecto a la expansión de la empresa. Si se trata de una broma, es de muy mal gusto.

¿Cómo hablar de la bolsa de valores o de faraónicas franquicias cuando pasas necesidades por el paupérrimo salario que llevas cada mes a casa? ¿ Cómo es que te piden que te concentres engrandes planes cuando no puedes solucionar los pequeños escollos de tu propia vida?

Tu mente no está libre y despejada como para sentarte a tratar temas importantes. No puedes pedirle a un mortal que ofrezca una tesis acerca de la fabricación del pan cuando no ha comido en meses.
Por eso, tu jefe hace una pausa. Le ordena al resto de su junta que se retire y se quedan a solas. Él sabe que tienes una crisis, porque ya se lo han dicho tus ojos. No fuiste impertinente o descortés.
Trataste de ser amable, pero el dueño de la empresa no llegó a donde está porque desconoce la gente. Él vio a través de tus ojos.
Escarbó hasta el alma. Se percató de que estás en crisis.
El jefe se detuvo a observarte más allá del punto fijo. Y sabe que no podrás involucrarte en los grandes temas hasta tanto soluciones la molestia de la arena en tu zapato.

Él sabe que no podrá contar con el cien por ciento de tu atención hasta que no tengas todas tus cosas personales en orden.
El dueño de la gran empresa se recuesta sobre su inmenso sillón, vuelve a observar a través de tus ojos y dice:

—De acuerdo. Solucionemos su problema primero. Iré a almorzar a su casa, y podrá contarme qué lo agobia y qué puedo hacer para ayudarle.

Dios necesita contarle a su amigo acerca de los planes sobre Sodoma. Quiere hacerle un lugar en los grandes temas del Reino, pero sabe que Abraham espera un aumento de salario en su vida.

El patriarca quiere un hijo. Un hijo que le prometieron y que espera cada día, cada amanecer de su vida, desde hace años.

Y Dios, estimado amigo, no es un señor feudal egoísta que querrá que le sirvas ignorando que te faltan algunos detalles para ser feliz.

Dios no te enviará a la mies sabiendo que hace años esperas que ese hijo salga de las drogas.

Que ese esposo vuelva a sentir aquel amor del pasado.

Que consigas el empleo soñado.

Que otra vez seas correspondido en el amor.

Que tu padre vuelva a confiar en ti.

Que esa intrusa enfermedad deje de ocupar una silla en la mesa familiar.

En la Gran Empresa del Señor, todos deben involucrarse en los asuntos del Reino, una vez que quiten la arena de sus zapatos.
Y de ser necesario, un mediodía de verano, en un aburrido domingo, quizás Dios tenga que aparecer en el horizonte de tu alma y venir a almorzar a tu casa, sin que siquiera lo hayas invitado.

Es que también para ti llegará el momento en el que alguien logrará verte por primera vez.


1 comentarios:

Excelente forma de dar a conocer como DIOS tarde que temprano nos visitará, como cuando se dirigió a casa de Saqueo, ese día la salvación llegará a nuestras vidas. Jesús está tocando la puerta y quien le abrá, Él entrará y nos acampañará a cenar. DIOS es el eterno HOY, el tiempo sólo nos afecta a nosotros, Él no tiene afan, esperará el momento propicio para visitarnos, asi que hay que estar atentos para abrirle nuestro corazón. Bendiciones Dante.-

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