Las arenas del alma - Cap.2


Un almuerzo divino

Aunque me empeñe en negarlo, me gustan las sorpresas. O mejor dicho, no me gusta tanto recibirlas como darlas. Si tuviese que retratar un solo instante en la vida de mis hijos, prefiero una postal del momento exacto en que reciben un regalo sorpresa.
Ellos saben desde muy pequeños que están obligadlos a compartir a su papá con las giras al exterior y el ministerio en general. Supongo que algunos niños coinciden que su padre sea fotógrafo, bombero, albañil o arquitecto y aprenden a convivir con el oficio de su progenitor. Nuestro hijo menor, Kevin, de apenas cuatro años, señala los aviones que pasan sobrevolando y afirma que allí está su papá.
Todavía no tiene bien claro si su papá es conferencista o piloto. Pero está seguro de que su padre pasa mucho tiempo en esos inmensos aviones.
Lo mismo le sucede a Brian, de diez años. Cuando lo llevo a la cama suele preguntarme si viajaré mañana o estaré en casa el próximo fin de semana.
Pero ellos tienen su recompensa. Es nuestro pequeño trato.
Si se portan bien y obedecen a su madre durante mi ausencia, tendrán una grata sorpresa. Es decir, es como una «sorpresa»arreglada. Una suerte de regalo pautado.
Es algo curioso, ellos esperan ser sorprendidos. Saben que papá traerá algo en la maleta al regreso de algún país remoto.
Kevin suele arrojarse a mi cuello, y antes de decirme «hola», lanza la tan temida y esperada frase: — ~Me trajiste un juguete?
Y allí viene lo mejor. Ellos no quieren oír explicaciones logísticas como por ejemplo que no había jugueterías abiertas en México a las seis de la mañana, cuando mi avión hizo escala. Tampoco que mis anfitriones me hicieron predicar en seis conferencias diarias, y el poco tiempo libre lo aproveché para desmayarme de cansancio en el hotel. No señor. Un trato es un trato.
Ellos se portaron bien (bueno, es una manera de decir, aún falta la opinión de la madre) y ahora esperan ser sorprendidos. No se aceptan excusas. Es una cuestión de honor. ¿Crees que es una tarea sencilla? Te equivocas. Déjame darte un panorama mas ampliado.
Veamos. No puedes ausentarte de tu casa y aparecerte con un autito del tamaño de una golosina esperando que se sorprendan. Tampoco se te ocurra traer algo que funcione a control remoto y olvidarte las baterías (eso sería catastrófico, se de lo que te hablo). Mucho menos imagines que se conformarán con los típicos regalos que suelen comprar las madres, «sé que no es un juguete, hijo, pero te será muy útil». No señor, si quieres una gran sorpresa olvida los calzoncillos, las medias (aunque estén estampadas con el hombre araña) y los libros didácticos. Se supone que si te vas a subir a un avión es porque regresarás casa con algo divertido, y que además, obviamente, quepa en tu maleta, sin tener que abandonar la mitad de tu ropa en alguna habitación de hotel por falta de espacio.
Así que ya sabes, si algún día piensas invitarme a tu ciudad, no olvides que es condición determinante asegurarte de que haya una juguetería cerca. De otro ánodo, cancela la cruzada, el congreso o lo que sea. Como te dije, un trato es un trato.
No puedo regresar con las manos vacías y solas decirles que se convirtieron treinta mil almas para el Señor. Ellos quieren algo más.
Pero lo mejor no es el regalo. Lo realmente asombroso viene luego del abrazo. Esa es la postal a la que irte refiero. Pagarías una fortuna por ver la cara de mis niños dando de la maleta mágica de papá aparece la famosa sorpresa. Es un instante apenas, pero suficiente para pagarme el esfuerzo de haber buscado una juguetería en todo Almolonga o BurkinaFasso. Quizás, luego de media hora (y en el caso del más pequeño después de apenas cinco minutos), olviden en un rincón de la casa lo que acabo de traer. Pero valió la pena por ese solo instante en que sus rostros cambiaron por completo.

SORPRESAS ESPERADAS

Abraham, sin saberlo, también está esperando su sorpresa. Después de todo, no han pasado muchos años desde que
 Recibió una promesa. Y ahora sin sospecharlo aun, su Padre está de regreso, y almuerza con él debajo de un frondoso árbol.
Me gusta la idea de que Abraham no haya provocado el encuentro. Me fascina el saber que fue exactamente al revés.
Toda mi vida he crecido con la idea de que es uno quien debe buscar a Dios, pero nunca me habían dicho que también es Dios quien busca al hombre. Paseándose en el huerto del Edén. Sorprendiendo a un Moisés dubitativo tras una zarza. Apareciendo en el medio del camino a Saulo de Tarso. O en un improvisado almuerzo campestre.

—Hmmm, delicioso —dice el extraño mientras saborea una costilla de carne asada. 

—De igual modo, admiro la mano que tiene Sara para cocinar esos panecillos que disfrutamos como primer plato —comenta el comensal más alto

— A propósito, adónde se metió Sara?

Siempre quise saber qué cara puso Abraham cuando oyó la pregunta. En primer lugar, él todavía no la había presentado; en segundo lugar, cómo supo que su esposa se llamaba Sara?
Puedo imaginarme el rostro del patriarca anfitrión. Tuvo que haber sido similar al de mis niños, en el momento exacto en queme ven desempacar las maletas.
Saben que algo viene conmigo. Si papá pregunta ,cómo se portaron los niños?» es porque oculta algo debajo de la manga. 

— Supongo que... en la tienda. Eso es, en la tienda —responde.

El hombre termina de masticar, limpia las comisuras de sus labios con una servilleta y sencillamente, desempaca el regalo. La sorpresa esperada. 

— Sara tendrá un hijo —dice.

Un momento. Este no es un tema para tratar en un almuerzo con desconocidos. Después de todo, se trata de la intimidad de una familia. Me pregunto si fue en ese momento que
Abraham se dio cuenta de que Dios había salido a su encuentro. Me pregunto si fue exactamente allí cuando se percató de que el Creador del universo, aquel que acomodó el cosmos en su lugar, estaba frente a él, saboreando su carnero asado. Abraham contempla su regalo como un niño que, al estar tan sorprendido, olvida ser cortés y agradecido. Algo no está funcionando bien aquí, estos extraños no están de paso por la tienda de los viejos ancianos sin hijos. Dios estaba sencilla-mente dándole una sorpresa. Hace poco, estaba tratando de contestar unas cartas a través del correo electrónico. Tengo un tipo de búnker en lo alto de la casa, donde puedo alejarme a escribir, meditar o preparar un mensaje.
Dios sabe que no estaba pensando en nada netamente espiritual. Tampoco se trataba de algo carnal, pero me refiero a que no estaba escribiendo algo que tuviera que ver con el ministerio que me obligara a meditar en algo divino. Sencillamente estaba ultimando detalles a través del e-mail con Pablo, mi asistente, relacionados con una frecuencia de vuelo de un próximo viaje.
Y fue entonces cuando sentí que alguien había invadido la oficina. No hablo de algo místico, pero sospechaba que tal vez uno de mis hijos se había escondido bajo el escritorio o detrás de un sillón.
Seguí escribiendo, pensando que quien estuviese allí, tarde o temprano iba a tener que dar la cara, pero reconozco que había logrado intranquilizarme.
Habían transcurrido unos pocos minutos cuando algo me abrazó literalmente. No fue alguien, fue «algo». Comencé a llorar como hacía años no lo hacía, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo de pies a cabeza. Alguien estaba abrazándome por la espalda, sin que lo estuviese esperando. Dios estaba dándome una sorpresa.

Estás pensando lo mismo que yo?¿Lo imaginé?

La religión organizada no nos preparó para esto. Aquel abrazo duró solo unos instantes, pero alcanzó para dejarme postrado en el suelo, llorando de emoción y con sentimientos encontrados.
A mí, como a ti, me dijeron que Dios solo aparece cuando alguien lo busca insistentemente. Que alguien debe hincar las rodillas, y si comienza a sentir dolor, debe permanecer aún más tiempo, pues seguramente eso conmoverá al Padre.
Me enseñaron que uno es el buscador, siempre. Y Dios es el eterno buscado. Olvidaron mencionar que Él puede sorprenderte invitándose a un almuerzo contigo.

Cuando los «aunque sea» reemplazan lo mejor
Sara estalla de la risa.
Préstame atención. No se sonrió femeninamente. No hizo un gesto amable con su boca ni dejó oír una ahogada risita.
Sara irrumpió con una carcajada. La fuente que llevaba en su mano con algo de fruta v unos dulces para el café se deslizó entre sus dedos y se hizo añicos contra el suelo de la tienda. No la culpes. Es que ella es una señora mayor.
Los invitados tienen suerte de que no se haya ofendido y solo haya soltado una risotada. Si querían quedar bien por la comida que habían recibido, hubiese bastado con un honesto «gracias». O con una bendición para el hogar. Pero en esta casa, y a esta edad, no se habla de embarazos e hijos. Estimado visitante extraño, apenas estamos superan-do el trauma como para que usted venga a abrir viejas heridas. No sele hace un chiste así a dos pobres jubilados de los sueños. Pero el hombre ya no es un extraño para el profeta. Es el mismo Dios que mantuvo el trato del regalo prometido. 

—Por qué se ha reído Sara pensando que está muy vieja para recibir un regalo prometido? ¿Acaso hay alguna cosa difícil para Dios? —dice.

El Creador no estaba usando la ironía aunque lo parezca. De verdad quiere saber si ellos creen en el Dios de los imposibles. Veamos. El Señor te dice que te casarás, pero que debes esperar el tiempo correcto. Lo aceptas gustoso, pero conforme va pasando el tiempo, comienzas a impacientarte y cambias tus
expectativas. 

—Bueno, si no vas a darme la esposa soñada, aunque sea dame alguien que me ame. 

—No es el empleo que te estoy pidiendo, pero aunque sea dame algo para subsistir. 

—Si no vas a usarme para un gran ministerio, aunque sea que pueda servirte en algo pequeño.

Es un cóctel de conformismo y ansiedad que llega a nuestras vidas con el rótulo de los «aunque sea». Creemos que si le damos a Dios la opción de un plan «B», Él nos dirá: 

—Bueno, ya que te conformas con algo menor a lo que pediste, eso agiliza las cosas. Tengo muchos «aunque sea» almacenados para ti.

Obsérvalos caminar por la vida. Detente un momento y podrás verlos en tu ciudad, en las oficinas, en las grandes y pequeñas congregaciones. Son aquellas personas que razonaron que un plan «B» era mejor que nada o que seguir esperando.
Matrimonios que dejaron de atraerse y amarse luego de una semana de casados, porque pensaron que aunque no eran el uno para el otro al menos ya no estarían tan solos.
 Líderes que intentan llevar adelante algo que nadie les encomendó, porque supusieron que era mejor que morir esperando en la banca de una iglesia.
Hombres y mujeres con deudas enormes, contraídas justamente porque no podían esperar el gran negocio que vendría más adelante.

Lo inmediato suplantando lo prometido. Lo urgente tomando el lugar de lo importante. Me imagino lo que me sucedería si algún día, al regresar a casa luego de un viaje, mis niños me dijeran: 

—Mira papá, esta es la situación. Entendemos que nos prometiste un regalo, pero como te tardabas más de la cuenta, supusimos que no nos comprarías nada, así que fuimos por nuestra cuenta a la juguetería y nos auto regalamos una sorpresa. No tienes por qué molestarte en cumplir tu promesa. Como verás, nos arreglamos bien sin ti.

Abraham ya había pasado por eso. Hace unos años atrás le llevó el planteamiento a Dios de algo menor a lo prometido. El«aunque sea» del profeta era el hijo concebido con una esclava. No era lo imaginado, pero llenaba el hueco de una promesa que tardaba en cumplirse.
Pensamos que tal vez Dios no es tan poderoso para darnos el oro, y entonces, razonamos que el bronce no es tan malo después de todo. Por eso, la pregunta insistente. 

—Acaso hay alguna cosa difícil para Dios?

El Señor no espera la respuesta. Solo sigue afirmando que Sara se rió a carcajadas, aunque ella se empeñe en desmentirlo. Uno de los visitantes, posiblemente un ángel, sonríe al escuchar el alegato de la dama. 

—No... No me reído. Tiene que haberles parecido.

Solucionado el pequeño inconveniente que le ha quitado el sueño durante años a esta pareja de ancianos,
Dios se aleja con Abraham y lo lleva caminar.
Ahora comienza la reunión de la junta. Se trata de algo más que una caminata digestiva y una charla entre varones, el Creador y su creación tienen que hablar de asuntos importantes. De los temas que competen al Reino.

¡Ah! Y perdona a Sara por reírse y por mentir. Es que uno no recibe a almorzar todos los días a Dios y sus escoltas, y mucho menos sin anunciarse.

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